Martes, 28 Mayo 2024 16:45

LO QUE SENTÍ LA PRIMERA VEZ QUE VI ESAS DIAPOSITIVAS

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Empecé a acercarme a la obra de las mujeres artistas de manera más consiente en 1976, cuando fui por primera vez a un curso de 10 días al Woman’s Building en Los Ángeles, mismo que fue facilitado por la artista Judy Chicago, las historiadoras Arlene Raven y Ruth Iskin y la diseñadora Sheila De Brettville.

A lo largo de las sesiones, de las cuales conservo un diario, todas remarcaron la importancia de acercarnos a la historia de las mujeres, especialmente de las artistas. La misma Chicago estaba en pleno proceso de creación de su magno proyecto The Dinner Party, cuyo objetivo es precisamente ese.

diario 2

En las notas de mi diario del 1 de junio de 1976, lo primero que menciono es “Judy dice que todas las mujeres que han creado, han estudiado la historia de las mujeres”. Nunca he creído que esto sea cierto, pero sin duda es valioso estudiarlas.

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Ruth Iskin mencionó otras razones que me convencieron más: 1.- conocer a las artistas pone en evidencia nuestra ausencia en las narrativas hegemónicas, 2.- a las artistas nos permite tener modelos y fortalecernos, y 3.- el público tiene acceso a nuestras contribuciones a la cultura, que no son pocas.

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Durante ese intenso curso, vimos diapositivas de obra de artistas desde el Siglo XII, hasta lo recién salidito del horno del arte feminista en Estados Unidos. Eran tan importantes las historias del pasado, como las del presente que se estaban construyendo. Entendí que esto era una batalla de narrativas.

libro 1

También planteaban una educación de arte feminista horizontal, basada en nuestras experiencias personales. Ahí me enteré de los textos de Linda Nochlin y de Lucy Lippard, y supe de los primeros libros que se escribían sobre mujeres artistas con una perspectiva de género, como Women Artists: Recognition and Reappraisal. From the Early Middle Ages to the Twentieth Ceentyry de Karen Petersen y J.H Wilson, que todavía conservo en mi biblioteca.

Diapo 1

Sin embargo, ahora que estoy trabajando con las diapositivas de las artistas del pasado, me sorprende lo presente que tengo el asombro que me produjeron en ese momento. Creo que me pasé el curso entero con la boca abierta. Por ejemplo, no tenía idea que hubiera habido artistas en el Siglo XII, como las monjas dedicadas a la ilustración. La abadesa Guda Von Weissfauen, por ejemplo, hasta dejó su autorretrato en la letra inicial del Homiliario de San Bartolomé, constatando su autoría. Me imaginé que fue una mujer muy segura de sí misma, de presencia inequívoca. Empecé a cuestionar los estereotipos femeninos tan profundos con los que había crecido y con los que me habían educado. Fue una revelación.

Diapo 18

Ahí también conocí a la extraordinaria Artemisia Gentileschi, cuyo talento y fortaleza me siguen dejando con la boca abierta. Me alucinó que una mujer pudiera pintar cuadros tan violentos como los que hizo sobre Judith asesinando a Holofernes y, aunque no lo crean, me sorprendió que una mujer pudiera pintar tan bien. Se me empezaron a despejar algunas telarañas patriarcales.

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Recuerdo haberme asombrado cuando vi esta obra de Elisabeth Vigeé Lebrun porque había una pequeña réplica en casa de mis tías abuelas y jamás se me había ocurrido preguntar de quién era, asumiendo que la había pintado un hombre.

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Esta pintura de Adelaide Labille Guiard me dio mucha risa cuando la vi por primera vez porque no me imaginaba a nadie pintando con ese atuendo, pero conmovió profundamente cuando supe que había presentado este cuadro al ser aceptada en la Academia de pintura, a la cual solo podían acceder cuatro mujeres y su obra simbólicamente le permitía la entrada a otras dos. Entendí que había artistas luchando por abrir espacios para otras colegas desde mucho antes que nosotras.  

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Bueno, que les puedo decir: ver a Harriet Hosmer junto a su escultura me dejó con el ojo cuadrado porque rompía con los estereotipos de debilidad física de las mujeres. Me encanta como se ve chiquitita junto a tamaño monumento salido de sus manitas.

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Rosa Bonheur me apantalló por sus pinturas tan ambiciosas, tan “masculinas” y tan vigorosas como esta, cuando yo todavía creía que las artistas solo hacían pintura “femenina” (dulce, delicada, sufrida, fantasiosa o tierna), pero creo que más porque supe que para aprender anatomía había gestionado que le permitieran vestirse de hombre para moverse más fácilmente en el rastro. Entendí que el trabajo de una artista no solo implica crear, sino sacarle la vuelta al sistema o, de plano, cambiarlo.  

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Por último, la obra y la vida de Romaine Brooks me dejaron con el ojo cuadrado, porque nunca había visto que alguien rompiera tan abiertamente con los estereotipos de género y que esto se reflejara en su obra. Cabe mencionar que, cuando yo vi estas imágenes por primera vez, el lesbianismo tenía poco de que había dejado de ser considerado como enfermedad.

Mónica Mayer, mayo 2024.

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